Heridas ocultas, vicios visibles: cómo el maltrato infantil y la violencia intrafamiliar cultivan adicciones en la adultez.
- Pedro Valencia Iribarren

- 17 ago
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Introducción

Las raíces de muchas adicciones en la adultez se hunden en el pasado: en vivencias de maltrato infantil o violencia intrafamiliar que se reprodujeron como silenciosas feridas emocionales. No basta con diagnosticar un trastorno por consumo de sustancias usando el DSM‑5; hace falta adentrarse en la historia personal y en cómo el cuerpo y el cerebro han sido modelados por el trauma. El DSM se limita a describir síntomas, pero no explica cómo estos toman forma y eso lo hace vulnerable, en muchos casos, a una medicación solapada sin abordar la causa real.
Este análisis, entonces, adopta una perspectiva integrada: exploramos la neurobiología del trauma, las respuestas cerebrales al alcohol, la importancia de la psicoterapia y el papel del tratamiento farmacológico como apoyo, no como solución autónoma.
Existen obras clave como: El tratamiento de la adicción de William R. Miller (2021), que trae en su versión actualizada herramientas basadas en evidencia, sistemas de entrevista motivacional y estrategias psicoterapéuticas reconocidas; Terapia cognitiva de las drogodependencias de Aaron T. Beck (Paidós); y guías clínicas que priorizan el enfoque psicológico como eje de recuperación. Este enfoque es holístico, profundo y diseñado para sanar desde dentro.
Trauma somático y memoria corporal
Bessel van der Kolk, en El cuerpo lleva la cuenta (Paidós, 2015), introduce el concepto de memoria somática: el trauma no es solo psicológico, sino corporal, atrapado en un sistema nervioso hiperactivado que reacciona sin consciencia.
Cerebro bajo estrés prolongado
El trauma crónico activa sin descanso el eje hipotálamo‑hipófisis‑adrenal (HHA), elevando cortisol de forma sostenida. Esto daña la plasticidad cerebral, endurece conexiones neuronales y propicia conductas impulsivas como el consumo de sustancias.
Neurobiología del consumo de alcohol en cerebros vulnerables
Neuroinflamación y apoptosis neuronal
El etanol activa rutas inflamatorias (TLR4, COX‑2, iNOS, caspasas), llevando a la muerte neuronal en áreas clave del cerebro como corteza y cerebelo.
Reducción de neurogénesis en el hipocampo
El alcohol inhibe la formación de nuevas neuronas en el hipocampo, afectando memoria, regulación emocional y capacidad de aprendizaje. Este efecto se agrava si el consumo comienza en adolescencia.
Desequilibrio dopaminérgico y glutamatérgico
El consumo altera los receptores D2 (dopamina) y NMDA (glutamato), modificando los circuitos de recompensa y cimentando la adicción.
Degeneración cerebral visible
Estudios muestran pérdida de sustancia blanca, reducción del volumen cerebral y anomalías cognitivas en alcohólicos crónicos, especialmente en infancia tardía y hombres jóvenes.
El proceso cerebral del consumo: cómo actúa la adicción
Sistema de recompensa secuestrado
Las sustancias activan el sistema mesolímbico: la dopamina liberada en el núcleo accumbens refuerza la conducta de consumo, haciéndolo más atractivo que actividades naturales como socializar.
Aprendizaje y memoria del placer
La dopamina no solo genera placer, sino también memoria. Se asocia a estímulos como beber y enseña al cerebro a buscarlos, automatizando conductas.
Adaptaciones cerebrales: tolerancia y pérdida de control
Con el tiempo, el cerebro reduce la respuesta dopaminérgica y elimina receptores, haciendo necesario consumir más para obtener el mismo efecto a esto se le llama tolerancia.
La adicción como enfermedad cerebral crónica
El abuso repetido de sustancias transforma el cerebro, convirtiendo lo que inicialmente era voluntario en compulsivo. La adicción pasa a ser un trastorno neurobiológico que requiere tratamiento prolongado.
Pérdida de control racional
El daño en la corteza prefrontal impide valorar consecuencias, reducir impulsos o controlar el deseo, incluso aunque se sea consciente del riesgo.
Amistades: salvoconducto o trampolín hacia el consumo
Influencia social en etapas formativas
Durante la adolescencia, las amistades pueden superar a la familia en influencia. La necesidad de pertenencia impulsa a muchos jóvenes a consumir, ya sea por presión explícita, imitación o normalización del consumo.
Tipos de influencia y señales de alerta
Directa: invitaciones o presiones explícitas.
Indirecta: imitaciones y deseos de no quedar fuera.
Normalización: ambiente donde no consumir se percibe como raro.
Señales preocupantes: consumo habitual en reuniones, ocultamiento de conducta, alejamiento de amistades no consumidoras.
Amistades como factor protector
Relaciones positivas pueden ser un escudo crucial: acompañan, motivan y ofrecen alternativas saludables. Fuerza emocional para reconectar y sanar.
Biología y ambiente:
Interacción clave
El 40–60 % del riesgo adictivo es genético; el resto depende del entorno, incluyendo amistades. Un entorno social positivo puede mitigar vulnerabilidades biológicas fuertes.
Ejemplo clínico ilustrativo: “Javier y la botella que calmó décadas de gritos”
Contexto:
Javier sufrió maltrato emocional infantil: apego distorsionado, estrés crónico, sistema límbico hiperactivo y corteza prefrontal en desarrollo insuficiente.
Consumo como regulator emocional: En la adolescencia, descubre el alcohol como escape emocional. El sistema de recompensa se activa, refuerza el comportamiento y el cerebro aprende que esa botella era consuelo.
Neurobiología en acción
Se produce neuroinflamación y mueren neuronas en áreas críticas.
La neurogénesis del hipocampo se reduce, afectando memoria y ajuste emocional.
La tolerancia aparece, la gratificación disminuye, pero el consumo persiste.
Red social: Si sus amistades consumen, el entorno refuerza su hábito. Pero si encuentra un grupo que no lo juzga ni lo incentiva a beber, podría recuperar un margen de control.
Intervención posible: Con psicoterapia (TCC, EMDR, narración terapéutica) y apoyo farmacológico cuando sea necesario, su cerebro podría reaprender a regular emociones y restablecer conexiones cerebrales dañadas.
Intervención: sanar cuerpo, mente y red social
Psicoterapia: el eje central de recuperación
Métodos como la TCC, entrevista motivacional, EMDR o terapia familiar permiten reconstruir el yo, regular emociones y evitar recaídas. Es el corazón de la sanación.
Apoyo farmacológico como soporte:
Los fármacos pueden reducir craving, aliviar abstinencia y estabilizar el estado emocional. Pero son complementos, no sustitutos del trabajo terapéutico profundo.
Restauración desde el cuerpo:
Van der Kolk recalca técnicas somáticas: yoga, respiración, EMDR para reconfigurar la memoria corporal y reconectar mente y cuerpo.
Entorno protector
Amistades saludables, redes familiares o grupos de apoyo reducen la influencia del consumo y acompañan transformaciones reales en el estilo de vida.
La familia que condena: "Cuando el verdugo se vuelve juez y el entorno aprieta la soga”
En muchos casos de adicción, la relación con la familia no solo no es un refugio, sino un terreno donde se reproduce el dolor y la culpa. Cuando el padre que durante la infancia y adolescencia ejerció violencia ya sea física, emocional o psicológica en la adultez se convierte en crítico severo del consumo del hijo, se reactiva una herida profunda. Este padre que alguna vez fue fuente de miedo o rechazo, ahora también es juez implacable que no solo condena el consumo, sino que niega la posibilidad de entenderlo como una respuesta al trauma sufrido.
Esta condena intensifica la sensación de soledad, vergüenza y desesperanza en la persona con adicción, quien se siente atrapada en un círculo donde no puede encontrar apoyo ni en quien debería protegerla. El juicio paterno suele ir acompañado de reproches y demandas de cambio inmediato, sin reconocer las dificultades biológicas y emocionales que acompañan a la dependencia.
La presión se agrava si el hermano también se suma a esta dinámica crítica, adoptando el rol de portavoz del padre o añadiendo su propia carga de reproches y comparaciones. Esto contribuye a un ambiente familiar hostil donde la persona con consumo se siente no solo juzgada, sino también excluida o incomprendida dentro de su propio núcleo familiar. Aún más, cuando la pareja de quien consume también ejerce presión sea mediante ultimátums, reproches o expectativas rígidas la persona queda atrapada en una red de tensiones emocionales. La suma de críticas y exigencias desde diferentes frentes puede generar un efecto de asfixia emocional, incrementando la ansiedad y la impulsividad, y dificultando aún más el control del consumo.
En este contexto, la adicción se convierte en una estrategia de supervivencia frente a un entorno que no ofrece contención ni comprensión, sino rechazo y presión constante. Para romper este círculo vicioso es indispensable que el proceso terapéutico incluya la participación familiar, que permita revisar y transformar estas dinámicas destructivas, y que promueva un ambiente de apoyo y comprensión que fortalezca la recuperación.
Conclusión
La adicción en la adultez no puede comprenderse como una simple elección personal ni como una debilidad moral: es, en muchos casos, la consecuencia profunda y prolongada de heridas emocionales vividas en la infancia.
El maltrato infantil y la violencia intrafamiliar no solo afectan el desarrollo psicológico, sino que también modifican de forma estructural el funcionamiento del cerebro. Estos traumas tempranos reprograman los sistemas de estrés, distorsionan los circuitos de recompensa, y erosionan la capacidad del individuo para regular sus emociones y comportamientos. En ese contexto, el alcohol y las drogas emergen como “analgésicos emocionales” que ofrecen alivio inmediato pero acaban atrapando al cerebro en una espiral neuroquímica de dependencia.
La evidencia neurobiológica demuestra que el consumo de sustancias altera profundamente la dopamina, el glutamato, la neurogénesis y la conectividad neuronal, especialmente cuando existe una base de trauma previo. A su vez, las relaciones sociales especialmente en la adolescencia pueden actuar como poderosos factores de riesgo o de protección. La influencia de las amistades no debe subestimarse: pueden ser una vía de presión al consumo o un sostén en La familia que condena: cuando el verdugo se vuelve juez y el entorno aprieta la soga”
En muchos casos de adicción, la relación con la familia no solo no es un refugio, sino un terreno donde se reproduce el dolor y la culpa. Cuando el padre que durante la infancia y adolescencia ejerció violencia ya sea física, emocional o psicológica en la adultez se convierte en crítico severo del consumo del hijo, se reactiva una herida profunda. Este padre que alguna vez fu el proceso de recuperación.
Frente a este escenario, la recuperación requiere una intervención integradora que abarque tanto el cuerpo como la mente. La psicoterapia en sus distintas formas es fundamental para resignificar el trauma, reconstruir la identidad herida y desarrollar habilidades emocionales. Las terapias corporales ayudan a liberar la memoria somática del trauma, mientras que el tratamiento farmacológico puede estabilizar procesos biológicos alterados. Y, por encima de todo, una red social sana, segura y empática es clave para consolidar el cambio.
En definitiva, abordar las adicciones desde la raíz del trauma no solo permite una comprensión más humana y profunda del problema, sino que también abre caminos reales de sanación. Entender que el consumo compulsivo es muchas veces una forma de autotratarse aunque dañina nos obliga como sociedad, como terapeutas y como entorno a mirar más allá de la conducta, hacia el dolor que la origina. Solo así será posible romper el ciclo de adicción y restaurar la capacidad de vivir con autenticidad, conexión y libertad.
Bibliografía
Beck, A. T. (2009). Terapia cognitiva de las drogodependencias. Barcelona: Paidós.
Goleman, D. (2015). El cerebro y la inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
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Miller, W. R. (2021). El tratamiento de la adicción: fundamentos y técnicas. México D.F.: Manual Moderno.
Panksepp, J. (2012). Neurociencia afectiva: los fundamentos neurobiológicos de las emociones. Buenos Aires: Amorrortu.
Van der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Barcelona: Paidós.
Volkow, N. D., & Morales, M. (2015). La neurobiología del trastorno por consumo de sustancias: implicaciones para la prevención y el tratamiento. Revista Médica Clínica Las Condes, 26(2), 115-122.
Zilberman, M. L., Tavares, H., & el-Guebaly, N. (2017). Aspectos clínicos y neurobiológicos de la adicción. Revista Argentina de Psiquiatría, 28(3), 133-142.




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